Triste y Tropical#46

Cinco años después, volví a escribir sobre Bad Bunny.

Camila Caamaño
16 min readJan 15, 2025

Esta no es una reseña de DeBÍ TiRAR MáS FOToS. No voy a describir el estilo folklórico jíbaro o ampliar sobre El Gran Combo de Puerto Rico (para qué más si lo han hecho varios). Es una prueba de vida, un síntoma de alivio, una gratificación por un sentimiento que regresó sin que lo espere. Esta es, según mi mirada, la vuelta del Conejo que conocí. Y voy a contar por qué.

Si me seguías hace un tiempo, posiblemente te hayas hartado de leerme sobre mi endiosamiento por Benito. Si me muteaste o bloqueaste: no te culpo, hubiese hecho lo mismo. Mi endiosamiento fue insólito hasta para mí. No puedo explicar demasiado, fue como si toda esa euforia juvenil que en general se tienen hacia los ídolos hubiese decantado 15 años más tarde. Leía cada artículo que salía sobre él, estaba pegada a YouTube cuando estrenaba un video, elegía fotos suyas para mis avatares de internet y fondos de pantalla del teléfono, enloquecía con cada producción. Prestaba atención a los cambios en su aspecto: la manera en que el jogging rosa le ajustaba en el culo durante las manifestaciones que consiguieron destituir al gobernador de Puerto Rico y cómo su metro noventa y algo pasó de lo fornido a lo fit de la mano de su afición a la WWE. Esa misma estrategia de estilización carnal hizo que ignoremos por completo la colección de tatuajes que parecieron cubrirlo de repente, como el jarrón antiguo hiperrealista nutrido por unas flores garabateadas, tinta de doble estilo para un artista más versátil de lo que muchos eligieron creer. Más allá de un sex symbol (qué término noventoso), Bad Bunny representó varias figuras en nuestra cultura moderna. Deposité todos los tropos que se multiplicaron desde “Chambea” hasta EUTDM. Pensé que me había dejado engañar, que ese orgullo latinoamericano había sido apenas una plataforma para ceder a la presión globalizante que es por definición gringa. Embaucada por la “latino gang” que con el reggaetonero del feng shui y Cardi B habían conseguido la mirada atenta del mercado norteamericano, eso me parecía. El caso siguió. Me dio pena cuando apareció en el prime time de la tele yankee hablando en inglés. No saber el idioma que a su tierra somete era para mí una declaración de principios, y una paradoja fascinante que su madre se gane la vida (y por extensión haya hecho posible la del niño Benito) enseñándolo. Estuvo de acuerdo en el bautizo de ascenso social que supone reemplazar las fundas dentales (y se arrepintió enseguida). No pataleó cuando su compañero de elenco Brad Pitt fingió no conocerlo (igual que a Brian Tyree Henry) en la alfombra roja. Festejé cuando en los artículos de revistas de prestigio internacional se olfateaba su perspicacia ante el desinterés del entrevistador a comprender expresiones foráneas, porque una barrera idiomática muchas veces connota una jerarquía entre interlocutores, la barrera es un límite que separa la clase y los gringos no tienen ni por asomo la misma predisposición para cruzarla que el resto del mundo. Me acuerdo perfecto cuando una chica se hacía la tonta y aceleraba su guion para avanzar con el intercambio cuando Benito pronunció el nombre de su segundo disco y la impotente manera en la que él interrumpió para dejar al descubierto lo evidente: “no sabés qué quiere decir YHLQMDLG”. ¿Cómo seguir una charla cuando tu propia sustancia locomotora (la palabra) se vuelve un código castrador?

Antes de abrirse paso haciendo discos, Bad Bunny tuvo que romper con Hear this music por imposibilidad creativa. El sello le exigía que se mantenga en el mismo estilo de lo que venía sacando, pauta que al boricua no le interesó. En 2018 publica su X100PRE, que es, y a esta altura creo que siempre será, MI disco de él. Quizás para muchos haya sido la puerta de entrada a escuchar discos de reggaeton (no me hago la veterana, el mío fue Energía), y para tantos otros, la idea, históricamente alocada, de asociar a un cantante de reggaeton con la imagen de un artista. Un músico con inquietudes experimentales y ansias narrativas. En X100PRE, BB empieza a compartir las marcas de su tierra (“RLNDT”, acerca del chico que desapareció en la isla en 1999), expone su nostalgia fresca de joven de los ’90, pero también disfruta lujos, como usar a Ricky Martin solamente para unos coros (“Caro”). Ricky no es el único cantante en facturar de manera fantasmática: la voz del colombiano Camilo también se samplea en “Si estuviésemos juntos”. Muchos creyeron que había escrito parte de la letra, pero fue Tainy quién lo incluyó en la lista de los compositores para hacerlo cobrar regalías. Este Benito abre portales, es latínisimo hasta para tirar ecos rockeros y es, ante todo, alguien con identidad propia. YHLQMDLG fue un dakimakura sonoro, un ambientador de placer portátil que debió reprimir sus funcionalidades: lanzado en 2020, días antes de que se desate la pandemia por coronavirus, su poder itinerante fue inútil. Pero Benito no se dejó escarmentar por el encierro: el challenge de las señoras madres escuchando las guarradas de “Safaera” construyeron parte de la conversación de cuarentena y antes de que el disco cumpla su aniversario, BB se filtró por colectora y largó EUTDM, o el disco con el que lo unánime dejó de ser tal, un álbum más deudor de su adolescencia skater aunque confeccionado por uno que ya no se enrosca por cuidar las zapatillas: Adidas lo firma y saca un modelo que hará la diferencia de los manteros por largo rato. Con las medidas de restricción aún presentes, toca el disco montado en un camión por… NY. En lo personal (como si hiciese falta la aclaración) este disco agotó mi entusiasmo con su música, lo disfruté y hasta ahí nomás, fue como tomar el resto de una bebida sin gas que quedó mal cerrada. ¿Cuáles eran las expectativas para Un verano sin ti? Las mismas que si esa botella hubiese quedado fuera de la heladera y al rayo del sol. Antes que siga, es importante decir algo: los artistas no me (nos) deben nada, pero se sintió algo parecido a la decepción cuando su cuarto disco obedeció a los patrones de un sonido con mayores miras hacia Tik Tok que a estribillos de estadios. Fui a verlo a Vélez con ese tour y mi momento favorito apareció con “Amorfoda”, una balada inmaculada y muy anterior al Benito discográfico. No quiero caer en la crítica ingenua del fanático que acusa de “venderse” cuando su ídolo se vuelve mainstream (la condena favorita de los fandoms del rock alternativo). Cuando en 2023 llega Nadie sabe lo que va a pasar mañana ni siquiera tuve ganas de escucharlo. Benito era BB, el novio de Kendall Jenner, el que puede gatillar lo suficiente para tener en su videoclip a Al Pacino, por más que sea para una escena incómoda donde quede claro que el actor de Scarface no tiene ni idea qué hace, compra autos como golosinas, una mansión en Hollywood y un equipo de básquet. Este disco se parecía más a las jugarretas de un adolescente cobrando su primera paga significativa y dejando pruebas de su rentabilidad en Instagram, que de un casi treintañero con herramientas para hacer lo que quiera. Hoy, volviendo a su título, podemos decir que la espontaneidad ante el devenir, una constante para quien lo tiene todo, fue premonitoria. Lo que vendrá entonces, puede aún pegar un volantazo, no tiremos la toalla.

Pasaron poco más de 24 horas desde que salió su sexto disco, DeBÍ TiRAR MáS FOToS. Salgo para el cine y en el camino entro a dos locales (uno de ropa, el otro, un kiosco) y en ambos está sonando lo que entiendo es el LP porque no lo que escuché, pero reconozco su voz. Retumba también desde negocios por los que paso, apenas. Un artista del talante de BB ha provocado que su música se viva, en primera instancia, como una noticia de la sección El Mundo, información imposible de evadir, esa sensación de las que (casi) todos somos víctimas, se transforma en la necesidad de decir algo: un juego de palabras con su título, un meme, el enojarse por no poder formar parte, pretender que se está adentro sin haberlo escuchado, escribir papers con solo dos reproducciones. El FOMO ha abandonado la habitación. Bad Bunny es, le pese a quien le pese, la estrella pop más relevante del mundo. A Kanye lo supera su árida salud mental, Beyoncé está blindada mediáticamente, Drake es inocuo, Gaga mantiene su estadía en la actuación, Madonna fue la maestra mayor de obras y Taylor Swift… tiene un techo (de género y edad, para empezar a hablar).

Van 72 horas del estreno del álbum. Salgo a la calle y un chico que baldea la vereda del café en el que trabaja grita 4 de julio, el disco está rodando. No soy de Centroamérica pero en mi casa sonaba Rubén Blades. No nací en el Caribe, pero vengo de una ciudad con playa. Posiblemente DTMF sea el primer disco que los padres pueden reproducir sin culpa, porque a esta altura ya los adultos están familiarizados con la palabra perreo. DTMF es maduro sin sacrificar la narrativa sexual, un conejo no pierde las mañas, Benito sigue procurando mamar culos mientras se le descubre la sonrisa al decir en “Bokete” lo que se desvive por estar enamorado. Así es el movimiento que atraviesa el disco y cómo Benito elije representar a los suyos: de la emoción a la calentura. Quién querría abandonar un paraíso así de fogoso y combativo.

Cuando estaba terminando el colegio secundario escuchaba mucho Calle 13, en especial su segundo disco (había salido ese mismo año, 2007). La idea de consumo irónico (con la que no estoy de acuerdo) no existía, pero mi vínculo con la banda de René no era el mismo que con los grupos que bajaba a mi Mp3: The Smashing Pumpkins, Placebo, Radiohead, The Killers, Kaiser Chiefs, Yeah Yeah Yeahs, Franz Ferdinand. Ese tono burlón emitido por la autopista enciclopédica de René al rapear no tenía sentido y eso, en parte, era lo que me fascinaba. Me generaba rechazo el humor del Bananero, materia obligatoria del humor de los recreos y tiempo de aula para alumnos hispanohablantes de los dosmiles, pero Calle 13 y su chabacanería militante me podían al punto de improvisar una banda donde escribíamos lo que, pensábamos, era una fórmula fácil de replicar. Yo era una ñoña de manual, pero mis compañeros de atrás, David y Daniel, eran “los del fondo” (literalmente se sentaban en el último banco). Llorando de risa pensábamos rimas mientras nos aprendíamos “Tango del pecado” o comentábamos el video de “La cumbia de los aburridos”.

Pasaron cuatro días y las historias que comparte la gente con las canciones de este proyecto es absurda, es lo que están haciendo todos, ¿cuáles de tus contactos no está haciendo lo mismo? ¿Hay chance de que no sepa que hay un álbum nuevo de BB? Es la misma lógica que se instala cuando sucede una tragedia o atentado y se mide al otro por un supuesto compromiso político, como si la publicación de un posteo tuviera un efecto a corto plazo o acaso a esta altura no hubiésemos hecho una curaduría necesaria para tener entre los seguidos a todas personas que coreográficamente están subiendo el mismo post y hasta usando los mismos emojis para reforzar indignación. Pero ahí están, la sueca que dipea un hummus de coliflor con mantequilla de maní y la canaria que usa castañas de cajú (anacardos, dirá ella) como si fuese agua, ambas ponen “Nuevayol” para musicalizar sus recetas en reels, igual que el coreano que pregunta a la gente por su comida favorita para ir a probarla y pedirle perdón a sus ancestros por zamparse una carne plástica como si de eso se tratase realmente la comida autóctona. No se quedan afuera la argentina que interviene la caja de alimentos para sus gatos ni menos la niña de México con edad para hacerse un Pollock en la cara con el maquillaje robado de la madre pero con conciencia de skincare, que la revienta de likes haciendo un haul. Jimmy Fallon fingiendo entusiasmo (en eso sí es la cabra), o Anthony Fantano. Todes apelan a eso que está cubriendo el resto. Es el algoritmo pero también lo son las obras que ofrecen trascendencia.

A diferencia de figuras como Anuel AA, que después de haber salido en libertad tiene prohibido hacer shows en PR, Benito es venerado por sus compatriotas. Puede caer a una fiesta barrial o dirigirse derecho al VIP del boliche y la gente agradecerá ser testigos del reflejo de su aura. Esas son las fotos que quiere: la de la señora regando las plantas, el grupo de amigos disputando una partida de dominó o el compañero con el que trabajaba cuando era cajero de un supermercado, ahí, donde a pesar de la gorra y visera como uniforme del famoso para camuflarse, se siente cómodo. En ese mismo lugar, SU lugar, donde en 30 años podrá despatarrarse sobre ese bloque concreto a observar el futuro inmediato de un abuelo leyenda, que en una de esas coincida con el presente del próximo en hacer camino y echarse una siesta sin miedo al sol, mientras las marcas del respaldar le labran el trapecio.

Es momento de hablar de la carátula. Allí las vimos y estaban las dos sillas blancas, una apenas más alta que la otra (o quizás es sólo perspectiva), un par de Monobloc, conocida como Rimax en Colombia, que es el nombre de la empresa que las produce. Apilables, livianas, baratas, sin mucho firulete en su diseño, las Monobloc son la silla de la ranchada por excelencia. Un objeto defenestrado por considerarse de “mal gusto” pero revolucionario gracias a su impacto, definición que perfectamente le cabe al reggaeton. Las dos supieron demostrar su capacidad para sobrevivir a la moda. Este asiento se fabrica en un minuto en una máquina versátil posible de existir en cualquier país del mundo. El nombre responde a la sencillez de producción: se crea a partir de un único bloque de plástico inyectado.

En 2021, el realizador Hauke Wendler filmó un documental que intenta condensar el valor de la silla. En su trailer un alemán muy ofuscado dice que verla es el equivalente a lo que le pasa a un toro cuando mira un trapo rojo. La Monobloc tomó inspiración de tres otras sillas: la Panton (Dinamarca), la Bätzner (Alemania) y la Magistretti (sí, Italia). Fue acuñada por el francés Henry Massonnet, es decir que su origen es profundamente europeo. El tema es que por su versatilidad la Monobloc es universal y a un punto que, sin desacreditar a su creador, es una silla sin dueño. Benito busca una imagen apelable a cualquiera que esté dispuesto a mirar. Si el reggaeton consiguió, como dije una y mil veces, democratizar el placer, pues esta silla es, como dice el teórico Jens Thiel en su ensayo sobre este modelo, la democratización de la forma de sentarse. “Es la corona de la eficiencia de una sociedad industrial”, sigue el historiador. La silla de la escenografía natural, sin bordes arquitectónicamente delimitados, ni siquiera los que pinchaba la aguja sobre los brazos de los hipsters cuando se desesperaban por tatuárserla en 2016. A contramano del llamado urbanismo hostil que evita la posibilidad de que por ejemplo, una persona sin techo pueda dormir en un banco de plaza, las Monoblocs invitan al ocio sin distinción: es la silla piolita.

Extraordinariamente la primera silla que tengo en la cabeza es la que lleva el nombre de la ciudad en la que nací: la Mar del Plata. Pero aunque haya sido declarada Patrimonio Histórico, Social, Artístico y Cultural en 2009, el mimbre no tiene nada que hacer frente al buen polipropileno. La Monobloc se la re banca, salvo que tengas 8 y quieras pararte sobre la versión infantil que te regalaron de a par (una amarilla, una verde) a los 5. En el imaginario nacional creo que la palabra monobloc tiene una carga peyorativa: se asocia con el concepto demonizante que se tiene de las villas, con las construcciones precarias, edificaciones sin terminar o abandonadas, material porno para proyectos empresariales, base de sueños rotos. Monobloc es también el nombre de una película de Luis Ortega y, si se le suma una k final, una marca de productos de diseño igual de gentrificables que lo que Benito denuncia hacia su isla.

Me gusta pensar en este disco como un partido de geopolítica. Por un lado, una creación de raíz europea consigue multiplicarse a lo largo y ancho del mapa, por el otro, un artista caribeño que a lo largo de su trayectoria parecía haber ido lavando su background latino lo toma como símbolo para la portada de su nuevo disco y acaba quitando su subtítulo para seguir fermentando el espíritu de Puerto Rico en el mundo entero. Un estratega ejemplar.

La Monobloc en Argentina la siento la silla de bar cutre, de kiosco, esa que suele llevar el sponsor de marca de cerveza o gaseosa y siempre que la vemos ya tiene el logo desgastado, las hay con líneas rectas o curvas, como las de la foto del disco, pero también hay otras que se hacen con un entramado, y otras más innovadoras con formas de hojas. Para limpiarla no hace falta ser muy ortodoxo, se le pasa una toalla o repasador por encima para sacar el polvo o la arena. Aunque la reposera tiene acá mucho peso, es la Monobloc la silla que usualmente saca la señora para tomar la fresca, una costumbre que reúne chisme pero también la ocupación de los espacios sin delimitar, como las veredas. ¿Y cómo se determina el final de una isla como Puerto Rico? Por su sonido y sus vibras, si leemos su obra de forma integral, lo nuevo de BB puede interpretarse como un juego de descolonización, una cachetada (con amor) a las personas que, como yo, nos rendimos por creerlo dominado. Pero su encantamiento cobró vuelo con su escuela de composición, la carga emocional y un Benito invadido por una nostalgia engrosada, la de un hombre de 30 que esquiva la comodidad de la gloria.

Vayamos al reverso del disco, no exagero si digo que ese detalle fue el principal motivante para darle play: el sticker de la fruta, de bananas, podemos arriesgar. Como coleccionista de esas calcomanías, es un guiño (otro más) adorable como uno de sus propósitos emocionales. “Puerto Rico, seguimo aquí” y una imagen de un coqui, la rana emblemática de PR. Las aclaraciones se glorifican a la izquierda del tracklist: sexto álbum de estudio, de PR para el mundo y la dedicatoria a “todos los puertorriqueños y puertorriqueñas en el mundo entero”. Migraciones por doquier y adopciones sentimentales para quien quiera hacerse cargo, dudo que Benito juzgue (demasiado juzgamos nosotros por él).

En enero de 2023 la reputación mediática de BB se vio en apuros. Durante unas vacaciones en República Dominicana, una fan quiso tomar una instantánea sin pedir permiso, bastante alborotada al parecer. Pese a lo que repitieron los portales, el teléfono no se hundió en el agua, sino que fue a parar a un árbol. DTMF, pero tirar no es subir, sacar no es publicar. Ojo ahí, es el recuerdo para uno, no para el resto. La memoria propia, la que no se puede compartir. Hoy el nene fotografiado con orejas de conejo rosas (el icónico retrato que le dió su aka) seguramente no pondría cara de incordio frente al lente de la mamá.

A la evidente cita a Jarabe de Palo hay una recurrencia suya. Juzgar si hay un tiempo mínimo para que los artistas se homenajeen es una discusión válida, pero para alguien como BB, que no tiene en lo contemporáneo una vara con la cual medirlo, es una pérdida de tiempo. ¿Cómo llega el sample de “Solo de mí”? ¿De qué manera cae la frase de “Bichote”? ¿Cansa la reiteración de la trampa-gag con el “no me quiten el perreo” haciendo de cuenta que el disco no va a tener un banger y arrancar de inmediato con uno de los palos más sacados del álbum? Evité leer cualquier tipo de nota para no condicionarme (como hago siempre que quiero escribir algo de estas características), pero a la pasada leí en Twitter que era el Re de BB y tuve que detenerme. Ese disco de Café Tacvba es uno de mis preferidos de toda la vida, no sé si escuché un álbum tantas veces como ese. Puedo entender por qué la comparación, me parece que los mexicanos ahí proponen otra versatilidad de géneros, pero ambos arman lo más complejo en la música y el arte en general: producir una obra maestra con un fuerte carácter político sin que suene a una propaganda de campaña. Si Rubén Albarrán daba cátedra sobre el dilema del progreso y la pérdida de los espacios verdes culpa de las topadoras inmobiliarias, no resignaba hacernos corear sus melodías, nos acompañaba a conocer la historia de la peregrinación de Juan por Ixtepec, o dibujar un diagrama del ciclo de vida a través de “El ciclón”, nos contagiaba sus ganas de enamorarse con “El baile y el salón”. Y qué manera de sentir en el pecho el fuego de un clásico con “Baile inolvidable”, Benito. Curioso: Re y BB tienen la misma edad. Eso es éxito de verdad, porque no tiene fórmula ni receta que se pueda seguir: se lleva adentro.

Después de anunciar, con discos previos, giras donde las fechas en estadios estadounidenses se multiplicaban, la presentación oficial de DTMF se hará en forma de residencia: No me quiero ir de aquí consta de 21 fechas y las primeras 9 serán exclusivas para residentes de la isla. Un anfitrión que sabe cómo agasajar a su gente, después de todo, son sus vidas las que está contando.

No pasaron demasiados días desde la salida del disco, pero ya perdí la cuenta del número de reproducciones que le di. Volví a sonreír con muchos de sus temas. No lo puedo creer: he caído frente al mejor.

Entre todas las ideas o presunciones — al fin de cuentas todo lo es — que se le pueden hacer a BB, la más importante es: todavía quiere hacer música y se le nota. Sus recursos y gimnasia le permiten hacer un disco anual de popetón si el único faro fuese el dinero. Pero por suerte sigue midiendo sus propios límites, y con ello las respectivas convenciones globales. Si el reggaeton pudo salir del pari de marquesina y enchastrarse en las discos (in y outdoors) más ascéticas del mundo, no veo por qué no seguir con expectativas frente a un ídolo al que aunque creamos, no hemos terminado de conocer. Gracias, Conejo.

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