Triste y Tropical #41

Ternura, el sonido de la falta y una poética inesperada.

Camila Caamaño
16 min readJul 9, 2024

“Giramos en círculo en la noche y nos consume el fuego”

Daniel Link

El placer es mío, de Sacha Amaral

Mi habitación es el ambiente más frío de la casa. Paso las manos por la trama de puntos que dibuja la baja temperatura sobre mis piernas y aunque haga un atajo por el baño, la habitación es más gélida. Hubo un movimiento extraño, un temblor del orden de la construcción de un tercero, no sé, algo provocó un quiebre en el vidrio de la ventana, la hoja izquierda, justo la que da a mi cama y prácticamente a mi cara. No siento que entre aire, pero ya me sugestioné y ahora nadie me saca de la cabeza que entonces el cuarto es todavía más frío. Olita polar de mis amores, convergen en mí la ancianidad de recurrir a la bolsa de agua caliente y también la ternura de Ricky, el protagonista de Hunt for the wilderpeople, que duerme abrazado a una de ellas.

Ternura es una palabra que me encanta porque siento que representa sonoramente lo que quiere decir. A veces ser tierno se confunde con ser algo tonto, supongo que porque es un sentimiento acorde a la fragilidad, algo que puede jugar en contra (como si ser tierno pudiera elegirse o forzarse). Lo tierno se expone muy a su pesar, como una carne desmechada durante horas, totalmente relegada de sus primeras formas celulares. No puedo evitar sentir cierta desconfianza cuando alguien dice tierno para referirse a alguien. Por desconfianza digo: este alguien cree que la sensibilidad del otro atenta contra su persona, no acepta tomarlo en serio de esa manera, se cree más que él, lo mide de otra forma.

Ternura, fragilidad, sensible. Creo que habito esos espacios por más rígida que intente mostrarme (así que con esto también digo: ser tierno no quiere decir poco despierto). No sabía cuándo empezar a escribir esta edición pero anoche me desperté a las cinco de la mañana y, semidormida, anoté unos párrafos en las notas del teléfono (no me acuerdo por qué no dejé el celular lejos como todas las noches, pero gracias porque vino bien). Voy a interpretar esta voluntad como señal activa. Así que sigo con los compendios sentimentales.

Durante el estreno de El placer es mío, la película de Sacha Amaral, su protagonista Max Suen la presenta diciendo: “Cuidemos lo pequeño, lo artesanal, porque sino se lo llevan puesto las fuerzas del mal”. Días después voy a ver la obra Estoy acá sin fin, de Leticia Coronel y al cierre ella reflexiona: “la fragilidad es una constante por estos días”.

No me gusta para nada salir de ver cine/teatro/cualquier disciplina artística y enseguida mirar el teléfono. Siento como si me estuviera arrancando de cuajo un sabor muy rico de una golosina que aún descubre mi paladar. La mayoría de las veces lo hago para controlar la hora y si estoy realmente conmovida puedo quedarme, de salida pero aminorando el paso, como flotando unos metros. Si se está con otra persona la charla rompe desde otro lugar: intervienen las opiniones — coincidentes o no — y la intención de que la compañía haya disfrutado o tal vez la discusión consiga completar el sentido.

Estamos pidiéndonos por favor que no perdamos eso que nos hace ser personas. En un negocio una chica me insiste, no cree que mis uñas sean reales. ¿Dónde te hiciste el kapping? Ante todo, lo falso. La medida real es el esfuerzo por alejarse de parecer(se). Cada vez que una persona se detiene a mirar mis uñas da por sentado que son postizas, que hago algún tratamiento especial, me exigen el dato del salón. La más leve sospecha traduce lo artificial por default. Y yo, que siento a mis uñas como principal seña de fortaleza estética, esa que me otorga un poder de villana (y cuyo rol se desarma apenas gesticulo), me río. Te juro. ¿Y qué hacés si se te parten? Las corto, limo y vuelvo a empezar.

Alberto Greco por Felka

Los significantes vacíos son el nuevo lenguaje de internet. O del lenguaje, a secas. Me pregunto cuándo fue la última vez que se instaló una frase que efectivamente decía lo que se proponía. Es realmente trágico que se hable tanto para decir tan poco. “Es todo lo que está bien”, “el fracaso es total”, “definitivamente es cine”. Gente pronunciando emojis. Sobre las paredes de edificios en obra se repiten los carteles anunciando un festival de música que lleva en el nombre un género al que ninguno de los artistas mencionados pertenece. Pero hay que vender, después de todo la prensa nunca quiso saber el por qué de “las cosas de ahora”.

La juventud actual es un prontuario de faltas. A las carencias propias de la edad se le suman las del tiempo, uno que los espera en las apuestas y el individualismo hardcore.

Está comprobado que dentro de los términos y condiciones de Uber (que aceptamos sin leer) entregamos el acceso a nuestra batería, lo cual implica que la aplicación sabe cuándo se nos está agotando, interpreta la vulnerabilidad e infla el precio a tope. Se pensaba que las inteligencias artificiales nos iban a dominar por medio de la fuerza, pero esto demuestra que es a través del control.

Es curioso porque estuve unas semanas sin la app para cargar la SUBE en el celular y percibí algo de riesgo. Me pregunto a qué se debe la indiferencia de los empleados de Metrovías ante nuestro disimulo cada vez menos esforzado por saltar el molinete, o cualquier manera de sortear el costo del pase. Una señora busca la puerta de emergencia como si fuese una arcada que conduce noblemente a las escaleras de la estación. La abre, suena la alarma, luces rojas, aprovecho y la sigo. Ni un pestañeo de atención, vamos. ¿Es empatía de clase? ¿Resignación? ¿Nobleza sindical?

Una chica amamanta a su bebé en los sillones con masajeadores del Abasto. Del otro lado se sienta una pareja tomando envión y sin pensar en el tiempo del que disponen para tal osadía. Lamen a dúo un cono de vainilla. La Ciudad de Buenos Aires es un no lugar, ¿hacia dónde camina la gente?

Share

La cantidad de personas que se sigue matando arrojándose a las vías de los trenes me hace pensar en la posibilidad de que la taza se reduzca ante la suspensión del transporte. No es un delirio, la idea tiene asidero en el documental de Barbara Hammer, Bent Time, que recorre la historia del lugar más elegido por los suicidas en Estados Unidos: el Golden Gate. Hammer explica que hubo un momento en el que, ante la irrefrenable cifra de muertes, tomaron la medida de cerrar el puente y el índice bajó notablemente.

Max Suen en El placer es mío

Nos pueden hacer de todo porque ya no sabemos qué le pasa al otro. Porque ya no preguntamos nada. El riesgo gana por el hábito de habernos acostumbrado a ignorar, a no saber, a hacer de cuenta que está todo bien. O a que no importe saber. Mi riesgo es la dificultad cada vez más fuerte por no mostrarme autorreferencial. Pienso que no se me nota, pero en realidad está todo ahí. La vulnerabilidad hecha de sinónimos. Creo que por eso sale el estilo: párrafos breves, cambios de tema cortados con guillotina.

A las muertes de Norita Cortiñas y Sara Facio, se le sumó otra anciana ilustre: Ilse Fusková. Ilse o Felka, como le gustaba que la llamen, fue periodista, militante por los derechos LGTB+ (¡Salió del clóset en el ’91 en el programa de Mirtha Legrand!) y encima de todo eso, una fotógrafa increíble. En 2023, la W Gallery expuso una muestra suya. Querida Felka cuenta la historia de su amistad con otro outsider hermoso que tuvo este país: Alberto Greco. Cito parte del texto de sala:

“La amistad entre ambos fue un acto afectivo y político, el cual enriqueció sus miradas sobre el mundo. Sin lugar a dudas, las creaciones artísticas de las personas no se desarrollan de forma aislada, sino que en ellas intervienen sus vínculos afectivos, ya sea de manera directa o indirecta. La relación de amistad entre Felka y Greco tejió complicidades solventadas por sus interpretaciones de la realidad y por sus ansias de libertad. Ambos fueron disidentes de un mundo que estaba en permanente cambio, esto queda de manifiesto en la serie de retratos que Felka le tomó al artista antes de su primer viaje a Europa, en 1953; y luego de su regreso, en 1957”.

Ilse y Greco

La foto con la que Felka da por inaugurada su vida como fotógrafa se llama efectivamente Primera fotografía. Cuántos fantoches que acumulan likes por imágenes solventadas con gasolina nostálgica se arrancarían las venas por debutar así. Los hombres que se escapan por una suerte de punto de fuga son obreros cruzando el puente que atraviesa el Riachuelo y conecta el barrio de La Boca con Avellaneda.

Ilse, Primera fotografía

“El silencio de sus fotografías acentúa la sencillez de sus retratados”, explica en el catálogo de la muestra María Laura Rosa.

Niños de Isla Maciel es parte de una serie de fotos que Ilse empieza en el ’56 y juro que, como cada vez que armo este newsletter, nunca conecto los temas a conciencia pero subo apenas unos párrafos para recordar el camino y pienso: qué más frágil que la pobreza infantil.

La imposibilidad siempre es el germen de lo nuevo. El bloqueo creativo como cliché. ¿Y si en cambio me pasa que no arranco porque el tiempo potencial para descargar todas las ideas nunca es suficiente? ¿Si lo que detiene es la apabullada por demasiado entusiasmo? ¿Las ganas de que calidad y cantidad no se excluyan y se dispongan entrelazadas como la cadena de ADN, compitiendo materia?

Si se dice bien y poco, elogio de síntesis

Si se dice con mucho, el riesgo barroco

Si la brevedad inquieta, ay, lo críptico

Si se confunde el propósito, agarrarse de la polisemia

Si no se quiere aclarar, qué elevado (dirán los que cancherean entender eso a lo que no fueron invitados)

Si se abusa del recurso, tribunero

Si está demasiado efusivo, tiene envidia

Si está más pendiente en los comentarios que pueda despertar la idea que en cuestionar las propias, lo que en realidad espera es hacer jueguito con el ego

Después de muchos años voy a un taller de escritura. Leemos algo con la persona que lo dicta y, cuando termino me dice: aunque vos lo hagas en prosa, por tus ideas, la forma que tenés de hacerlo, tu estilo, vos lo que hacés es poesía. Y probablemente por mi cara, agrega: lamento decírtelo, pero es así. Apuro el mate de San Lorenzo que me convida aunque ya no tenga agua y me quedo pensando. Teniendo en cuenta mi errática relación con la poesía no sé si tomarlo como un halago.

Greco por Ilse

En el vestuario del gimnasio tengo un socia. Una señora de casi 70 años con la que hablamos cada vez más. Ya le recomendé obras de teatro, me habló de sus enfermedades crónicas (que no la privan de ir a nadar cada vez que puede) y no falta momento en que nos saludemos con un buen día (nos cruzamos muy temprano en la mañana). Soy muy reservada con mis cosas y más con el otro, si algo me daría terror es que me señalen de confianzuda, cosa que considero un insulto. Por eso creo que en contraposición las personas discretas me atraen particularmente. Saber todo lo que se pueda de mano propia (y voz e imagen) y no por su voluptuosa actividad en internet. Menos es más.

Pese a mi rigor por no averiguar demasiado, nunca supe su nombre. Le miro de refilón el carnet de la pileta y me sorprendo porque no tiene cara del nombre que lleva. En algún encuentro posterior finjo no saberlo para que me lo diga y sé que, ante la obligada repregunta por el mío, no lo olvidará (le manda audios a su nuera y se llama igual que yo). Los vestuarios me parecen un tema fascinante sobre los que escribir, pienso mientras emulo la pose de sacar la liga en un casamiento y me encremo las piernas.

Tomás Rebord (ojalá esta sea la última vez que contamino Triste y Tropical tipeando su nombre) es modelo de aynotdead. No voy a (sobre)analizar esta bien rentable campaña de marketing, sólo lo traigo a colación por presión de mi archivo sentimental que recuerda quiénes fueron las primeras personas conocidas en vestir ropa de aynotdead: Leticia Brédice y Rosario Blefari en 2004, para una de las primeras ediciones de la HC, en un especial de cine y rock. Tengo ese número, es el 8 de la revista, salía $6, se recomendaban películas para ver en cable, se rankeaban los estrenos con puntuaciones ilustradas con maníes, se estrenaba Un buda de Rafecas y se le pedía a músicos y directores que cuenten qué momento en el cine era el más rockero. Rodrigo Moreno iba por lo quizás más obvio (De Niro tirando la tele con el pie en Taxi Driver) y Melero respondía bien Melero con una elección meta: el encendido del celuloide en la pantalla que va extinguiéndose hasta mostrar solamente la luz de la lámpara. En este cruce entre filmar y tocar, escuchar y mostrar, Rosario decía:

“Si bien el actor supuestamente tiene que explorar todas sus emociones y expresiones posibles, a veces no saben bien quién es. Tal vez es una deformación del oficio. Pero no hay mucha personalidad en el actor. Como se tiene que poner a hacer vicios, y presta su cuerpo, a veces se olvida que tiene que alimentar algo en relación a sus gustos. Es muy importante que un actor vaya al cine, escuche bandas… tiene que explorar una personalidad propia. Y eso se hace conociendo lo más posible. En el rock se pasa al otro extremo: pareciera que todo es la actitud, la personalidad. Y ahí también se equivocan, porque por esa misma razón, extrema, a veces se pierden muchas cosas. En realidad, lo más peligroso es ponerse una visera de algún tipo. Tanto para el rockero como para el actor. Pero las dos viseras son bien distintas. Por eso está bueno el intercambio.”

Esto tampoco fue adrede, pero se acaban de cumplir cuatro años de su muerte y me acuerdo de una de las postales que quedaron en mi memoria: la enseñanza que le dió a Javiera Mena durante una tarde donde merendaron queso y dulce.

Bléfari en Haciendo Cine, 2004.

Ya hay mucha recomendación incrustada en el texto, pero nunca es suficiente, así que:

Maikel Wood entrevistó a Beck. A sus 53 años, está encarando una gira con orquesta y ya separado de su esposa practicante de la cienciología (la hermana de Giovanni Ribisi, aka el hermano de Phoebe en Friends) habla con lucidez del estado de la música. Desde la anécdota con su hija, donde fue entusiasmada a mostrarle un tema de Pavement y este le respondió: “ese hombre estaba en casa grabando su disco cuando vos tenías 3”, hasta su teoría sobre la manera en que se perciben los sonidos por la pregnancia del Iphone como objeto de reproducción y su afiliación “orgánica” al pop y la electrónica. Pero también es interesante escucharlo contar de su reniego al rol de freak que lo vió nacer en el mainstream y lo llevaba a salir a tocar con trajes porque quería ser tenido en cuenta como un “músico en serio”.

La entrevista de Jacobo de Arce a Daga Voladora. Qué placer leer una nota con un textual perfecto como apertura a una charla que mantiene su calidad.

Este video de Pablo Carrozza hablando con un ludópata de 16 años es aterrador por varios motivos, pero no quiero hablar acá del problema de las apuestas online. Me resulta bastante llamativo que un adolescente cheto intercale entre toda la serie de anglicismos como slots, hostear o carrear, expresiones antiguas como langa y escolasear. Involuntariamente paródico (no le da la clase ni la generación para verse espontáneo) el chico por momentos parece estar siendo poseído por un viejo timbero y agrandado.

Xiu Xiu, una banda que conocí gracias a mi amigo Darío (creo que hace rato no me lee pero igual gracias por aportarme tanto al imaginario cerebral siempre) está por sacar disco. Lo que quiero traer ahora es lo que su líder Jamie Stewart cuenta sobre la nueva pedalera que están usando para tocar, la Lossy, diseñada por Chase Bliss, una empresa con sede en Minneapolis y Amsterdam. Con una presentación cargadísima de nostalgia (en el sitio se exhibe junto a un flamenco de plástico, un Tamagotchi y discos de los Backstreet Boys y Limp Bizkit), el aparatito recrea un sonido agonizante, uno que se está acabando: aquellos ruidos que emitían los mp3 e internet de otra era. Me encanta la contradicción que encarna esa imagen de un juguete para Barbie sintera (de sintes quiero decir, no por desmemoriada) y la búsqueda del abismo sonoro, valerse de la carencia para encontrar un efecto. La contradicción de la modernidad, en especial para un proyecto tan en la suya como fue siempre Xiu Xiu. Es como dice Emilia (sí, sí, estoy citando a Emilia): mala pero cutie. Y también como dice Stewart: “It reminds you that the end is high nigh but the pedal is bright pink so it will be a cutie pie, cartoonish kind of smashy smashy ending”.

Se jubiló Daniel Link y su clase final para la cátedra de Literatura del siglo XX se transmitió en vivo y quedó luego colgada (tristemente mal filmada y peor editada).

Sobre el lenguaje y los emoticones, Link cuenta: “Mi pareja me malinterpreta por no usar el emoticon correcto que no sé cuál sería porque sólo conozco el rasgo supersegmental verbal. Soy un abanderado del lenguaje como casa del cero del inconsciente.” ¿Saben qué me pasa con el hecho de que Link ignore la diferencia entre emoticon y emoji? Claro, me enternece (y también me da envidia).

Escuchar a Link me da ganas ser alumna universitaria pero ese antojo es tramposo: da una falsa idea de parámetro, como si los Links sobraran, tiene ese engaño que se genera el acostumbramiento a un producto de calidad premium, como consumir por primera vez aceite y sea de oliva español o conocer el chocolate a través de un mordisco de After Eight. Me hace ver su despedida de una hora sin pasar el mouse por el cursor ni una sola vez, ¿cuántas veces pasa eso? Ansiedad muteada, la barra de progreso recorre su trayecto derecho y directo, como el torrente sanguíneo que llena el contenido de una jeringa.

Hace días tuve que sacarme sangre. Me fascina ese ejercicio, cuando tenía siete años tuve hepatitis y como parte de los controles debían extraerme sangre muy seguido. Tengo grabada en la cabeza las salidas con mis padres y su recompensa personalizada a cambio de bancarme el mal rato (caramelos de praliné mi papá, plasticolas con glitter y papel glasé, mamá), tampoco recuerdo haber empezado esa rutina transitoria llorando o algo por el estilo, quizás el consentimiento fue preventivo. La cosa es que la sangre y lo relativo a la clínica me tienen sin cuidado. Dono siempre que puedo y miro la aguja con atención cada vez. Tengo que consultarle algo a la chica que me llama, quiero sacar la billetera de la riñonera donde tengo una orden y se me traba el cierre. Incómodos segundos sin conseguir resolverlo (se me rompe parte del cierre intentando) y ella, con guantes y todo, lo abre en una sola maniobra. Humillada y asombrada ante su doble destreza, tarda aún menos en extraerme la sustancia. Me encanta que al retirarme el algodón verifique lo evidente: ni una sombra de moretón. Así lo hace una profesional.

Perlongher con Gumier Maier

Este texto de Haley Nahman sobre el valor y la influencia de los famosos como portavoces políticos, si existe algo como la representación online y el efecto de la militancia digital.

Fui a ver Concierto para Cadáveres, la performance de Carla Crespo, que forma parte de Materia Efímera, Ciclo de artes vivas que programa Emilio García Wehbi con asistencia de Elvira Tanferna (le queda una última función este jueves 11 y es en Fundación Cazadores). Crespo construye (y destruye) (des)fragmenta, crea y compone sobre Cadáveres, EL poema de Néstor Perlongher. Independientemente de lo que suceda a continuación, tengo la leve sospecha de que va a ser agradable. Me encanta presenciar la interacción de un artista frente a una multiplicidad de dispositivos. En este espacio hay micrófonos, computadora, loopera y un sinte. La fricción entre el ser y la máquina es de por sí sugerente. Y vaya insulto sería para Perlongher referirme con ese adjetivo a su poema o una puesta que lo sostenga. Entre el público está Luis Ziembrowski, a quien admiro — y no me olvido jamás de haberlo visto interpretar la versión de Encuentros breves con hombres repulsivos de David Foster Wallace con Marcelo Subiotto — y sus intervenciones al terminar el espectáculo acaban en parte robando el protagonismo de Crespo, lo cual un poco me incomoda, sobre todo cuando finge (o eso parece, no olvidemos que es terrible actor) no recordar la cantidad exacta de versos que contiene el poema, unos segundos dramáticos bastan para que arroje un 56 perfecto y gustoso.

Buscando data días más tarde, me encuentro con un video donde con el Alambres de Perlongher en mano, Ziembrowski camina en zonas rojas y conversa sobre los poemas con las trabajadoras sexuales. Luego viene la 1, María Moreno, y sucede este intercambio en la esquina de Suipacha y Lavalle:

“¿Por qué dice “untada en cardenales en fetiches”?

¿Por qué? Eso no es una pregunta. Hay que dejarse llevar por la lengua, no estás atrapado por el mandato del sentido, ¿viste? Seguí y vas a ver que empieza un ritmo.”

Carla Crespo, Concierto para Cadáveres

--

--

No responses yet