Triste y Tropical #37
Ya nadie se promete más allá del tiempo
Nadie cree en lo eterno
Mi amor, pero no por eso
No tuvimos que ser igual
Quizás — Tony Dize
Como cadáveres en potencia
Llevamos poco más de un mes de 2024, pero si me dijesen que estamos en junio podría creerlo. Embebidos en una ola de calor, represión a pedir de boca y el rating televisivo todo dedicado a la entrega número mil de un reality show, como cada vez que se necesita tener cortinas de humo a mano para igualar el tono de la conversación entre la que se burla de la dicción de uno de sus participantes y los golpes contra un jubilado a la hora de la siesta. Indignarse con entregas de premios, nada nuevo bajo el sol. Quizás el hecho de que su rayo no irradia con mayor impacto, porque estamos sin resto. Las cosas sorprenden menos pero duelen más: descubrimos que la memoria no logró protegernos para amortiguar la caída.
Dejé Twitter particularmente por violencia y otros motivos. Pensaba en cómo la perdida del anonimato comenzó a destruir el internet que nos abrigaba, aquel donde el crecimiento de una comunidad era el único propósito. Era todo más sano cuando éramos avatares de nuestros personajes y películas favoritas, cuando te caía simpático CarlitosCanela828282 porque subtitulaba por amor las series que mirábamos (gracias Darkville) y no porque se escudaba en una imagen de AI totalmente alucinada para agredir. El odio nunca tuvo tanto engagement. Sí, tal vez sea fascinante ver a una persona recorrer el mundo y que te muestre las costumbres de cada cultura, pero para financiarse probablemente promocione una plataforma de apuestas online y así, con un simpático código de descuento, hará su aporte a la ludopatía juvenil.
Son tiempos extraños, descartables. No se apuesta por ser recordable en el tiempo, el único objetivo es ser funcional, rentable y aspiracional. ¿Cuántos temas permanecen en el imaginario mainstream del 2022 además de “Tu Turrito”? El contenido que se genera está dirigido al nicho de los que ya saben dónde van a buscar y en el otro extremo, esos a quienes no les interesa averiguar más que lo que les devuelve la superficie. “Explicámelo en un tuit” se volvió demanda corriente.
Sí, hay una decadencia innegable pero, a diferencia de lo que sostiene quien es para mí el mejor youtuber sobre música en este momento, Music Radar Clan, también creo que hay un público que no exige, lo que le permite a la prensa sostener esa dinámica con preguntas tan sagaces como ¿cuál es tu featuring soñado? en un puntilloso ping-pong. Donde se sacan callos en las manos por recortar clips sobre la respuesta de C. Tangana sobre el restaurante donde trabajó o las miles de veces que intentan ponerlo incómodo para que hable de Rosalía, pero nadie prueba entablar una charla sobre la instancia post El Madrileño, si ya que es consciente de las relativas limitaciones de ese disco -en términos de alcance- (y sí, estoy siendo víctima de lo que juré destruir usando ese término) apuntará ahora a una obra con una intención acorde al título de su reciente documental.
Florecen uno, dos, diez mil podcast/radios por streaming/formatos de entrevistas (de varones blancos heterosexuales, por si hacía falta aclararlo) donde enseguida se desvelan las ganas de quienes conducen por ser ellos los relevantes, por posar con sus ropas que han solventando de canje o facturando por esos streams. Que no indagan para no incomodar. Que adulan hasta la arcada. Una vez más: que no avanzan por el registro. Quietitos dentro del formato para que les quepa en el short de YouTube. Y que las entrevistas buenas casi siempre son buenas porque el entrevistado se basta por sí solo, no necesita de un árbitro a cargo de un ciclo que curiosamente coincide con el nombre de una editorial independiente.
De la A a la Z
Durante 10 años Jorge Guinzburg estuvo al frente de la sección estrella de la revista Viva de Clarín con el Reportaje Atrevido. Yo era demasiado chica para interesarme por su lectura, pero me daba mucha gracia la foto abrazado al invitado, de cuerpo entero para dejar al descubierto la pequeñez del periodista. Sí me acuerdo de un textual de Fontanarrosa, en el que contaba que nunca había podido entender por qué a los chicos se los hacía ir temprano a la escuela, y que el rencor desarrollado por esa atroz costumbre no se iba con nada, tal es así que eran “la causa del nacimiento de los movimientos latinoamericanos revolucionarios”. En la Viva también estaba el Ollas y Sartenes de la hermosa Blanca Cotta, formidable cocinera pero también dibujante. Recorté sus recetas durante años y le seguí pidiendo a mi vieja las colecciones en fascículos de repostería que sacaba, cuando en casa lo único que se siguió comprando de Clarín fue el suplemento Ñ, que se vendía solo a $0,50 y cada varios meses podías enganchar en los kioscos la caja tipo bibliorato de cartón para ir guardándolos.
Nunca fuimos acumuladores pero había cierta tendencia al coleccionismo gráfico/editorial. Convivir con un cuerpo de consulta daba cierta sensación de seguridad. Estaba La Enciclopedia del Mar de Jacques Cousteau, el diccionario Salvat, el Kapelusz de sinónimos, antónimos, homónimos y parónimos (uno que he usado más de lo que mi alma nerd puede confesar), otros sobre Vietnam, las tres ediciones distintas de las obras completas de Freud de mi mamá, las revistas importadas que nos regalaba mi papá cuando lo íbamos a visitar a su trabajo nocturno (en una cochera) y donde elegir para mí era fácil por censura de edad: los comics de Los Simpsons, que mantuve en su folio original durante una década y un día con la misma rectitud las bajé a la calle. Mi hermana, en esa época adolescente, la tenía más interesante: Spin, Super Pop, Bravo, Eres, Rolling Stone (gringa o local), la Rock Sound, que venía con discos compilados.
Nos gustaba mucho jugar con la información que teníamos y luego documentar, catalogar. La mayoría de las veces eran proyectos tan ambiciosos que morían a las semanas, pero no nos importaba porque nos habíamos divertido. Como cuando quisimos armar unas carpetas (lo digital no era opción en ese entonces) con fichas que recopilen todas las filmografías de los directores de cine que conocíamos. Llevamos durante años un documento de Word con el registro de todas las frases y muletillas que inventamos ambas, un código interno prácticamente impenetrable para cualquier otra persona que no se haya criado con nosotras.
Recuerdo estas prácticas documentales como una de las favoritas y creo que es la culpable de cómo se estructuró mi cerebro de adulta, mis mecanismos para pensar a la hora de escribir y sobre todo de recordar. Mi memoria es un collage algo deforme con el agregado de internet pero siento que vine con ventaja, a contramano de lo que podría pensarse no es que quiero ponerle un título a todo, sino que abogo por variedad, necesito alimentarme de cosas disímiles para poder clasificarlas, para pensar metodologías de orden: la nomenclatura como lenguaje de la obsesión.
Salían $2 (1996) , las importaba una editorial mexicana y el kiosco de Colón y Santiago del Estero sigue existiendo.
Casa Trump Pampita Lali Javiera Mena Alan Gómez
Este título que parece una simple cadena de nombres aleatorios es el tren que construyó mi cerebro de sólo ver una miniatura en YouTube. Cuenta la leyenda que en el ’78, el ex Presidente de Estados Unidos mandó a construir una casa para venir a Argentina a ver el Mundial de fútbol. Trump desistió pero la mansión ya estaba hecha. Ese lugar se usó y sigue siendo un espacio de rodaje. Su arquitectura exagerada, la disposición del parque, la escultura de la pileta, hacen de ella algo inconfundible. Por eso me basta apenas una imagen para darme cuenta (igual por supuesto verifiqué) si se trata de la misma locación. La vi por primera vez en la maravillosa película de Pampita, Desearás al hombre de tu hermana, fue alquilada por Lali para grabar algunos de sus videos, la buscó Javiera Mena para su fiestón patrio en “La Isla de lesbos” y hace unos días fue elegida para “Por qué lloras?”, el tema de Alan Gómez con Roze.
El tiempo sólo se considera a la hora de medir resultados prácticamente inmediatos, y quizás por eso es tan difícil conseguir que se entienda su carácter destructivo sin el cuidado preciso. La preservación resulta de lejos algo de unos locos freaks encaprichados por limpiar polvo de documentos agrios, por eso es tan laborioso que se entienda, por ejemplo, la tragedia que representa que Argentina no tenga su propia cinemateca. En un momento como el actual donde nos están mansillando ese elemento inclasificable llamado identidad, es cuanto más nacionalmente deberíamos comportarnos.
El 12 de enero ya había proclamas al Orquídeas de Kali Uchis como disco del año. Un atropello guiado por la desesperación de otorgarle un título a lo que consumimos y no a la posibilidad de interactuar con él. La época del acercamiento decorativo de las cosas. La época del extremismo como único diálogo con la música: le sobran 5 temas, flop total, se le acabó la carrera, nunca va a poder superar su disco anterior, etc. Esto es clima de época, esto tiene que ver con el cuasi cierre de Pitchfork: se premia el ahora y después de todo se trata del tiempo y lo que hacemos con él. ¿Yo? Hace tres semanas que escucho “Erase and rewind” de The Cardigans como última canción de entrenamiento, para estirar. Lo que me lleva a pensar en otro temazo: el cover que hizo la banda con Tom Jones de “Burning down the house”. Me encantaría estar al tanto de las novedades (porque el futuro me resulta tan fascinante como aterrador) y a la vez seguir revisando lo que pasa, creo que termino quedándome a medio camino. Ahora me entusiasma el disco de Helado Negro (mientras escribo esto faltan un par de días para su lanzamiento) y a la vez pienso en sumergirme en la discografía de Juan Gabriel. Cosas.
RIP Pitchfork
El tema del cierre de Pitchfork me interesó mucho e intenté leer todo lo que se comentó al respecto (pescar ese tipo de notas es casi el único motivo por el que mantengo la cuenta de Twitter). La que hizo más ruido fue la de Ted Gioia porque fue el primero en opinar. Gioia es un crítico cultural especializado en jazz muy conocido (su newsletter The Honest Broker es altamente recomendable) y fue traducida enseguida al español. Pero hay mucha más data:
La de Laura Snapes para The Guardian sobre cómo GQ absorbiendo Pitchfork potencia la idea de que la música es un entretenimiento exclusivo de varones y dilapidando así la variedad de voces que supieron escribir en el medio.
Otra de Nando Cruz, gran periodista y autor de un libro buenísimo que desmantela las tretas del negocio de los grandes festivales. Acá Cruz explica cómo la escucha pasiva aniquiló el modo en que consumíamos música y brinda información que demuestra la nula posibilidad que tienen los artistas nuevos de ser descubiertos (sin empuje de siniestros algoritmos, claro).
El thread de Jaime Tomé y su derrotero como redactor en un medio que lo maltrató, dejando claro que los clicks son los que mandan.
El gracioso (pero paradójico) tuit de Joshua Minsoo Kim.
Buscando el lado humano de las estadísticas: la banda Detergente Líquido se contactó con uno de sus pocos oyentes angloparlantes y el hombre les grabó un video (medio Tiranos Temblad coded).
El ya mencionado video de Music Radar Clan.
Indiferente como tablero de ascensor
Quizás me deba detener aquí para aportar mi pieza geográfica. Veamos, que en Pitchfork escriben mayormente gringos e ingleses y estas últimas citas vienen de España. Mi jabalina tiene los colores latinoamericanos y con ello su intensidad a la hora de exponer una situación, porque en Argentina pasa de todo y como en ningún otro lado. Voy a empezar por citar a Martín Kohan, esto decía sobre los click baits, el estado de las noticias y la posibilidad de debatir (a partir de la hora y diecinueve minutos pueden darle play).
La precarización musical es tristemente el punto de partida para cualquier debate en estos lares. No digo que en España se pague bien, pero sabemos que vivir del periodismo en Argentina es prácticamente imposible (el 26 de enero el diario Ámbito Financiero dejó de publicar su versión en papel y mientras edito este texto los trabajadores de Página 12 nos encontramos en cese de tareas exigiendo una recomposición salarial). Juntar diez mil changas, correr con los tiempos a sabiendas de que para que las cosas salgan bien muchas veces es necesario hacerlas decantar, sentir que está uno pidiendo un favor cuando se mete en el mundo de las acreditaciones a eventos y luego los pares de comentarios sean barridos por el scrolling como napalm. Qué vergüenza tener que venderse.
Esta nota describe cómo es imposible escapar de volverse una marca si queremos expresarnos en internet, sea lo que sea que hagamos y cómo los fans ya no entienden el valor de la crítica y no soportan que les digan que aquello que adoran puede no ser tan perfecto.
Sumo algo un tanto incómodo: la falta de apoyo entre pares. No hablo de mí (no me considero periodista y tampoco soy conocida) pero veo en general que casi nadie comparte notas de otros, más que una felicitación o un like. Si no leen los propios compañeros, qué queda para el resto.
Para mí uno de los problemas es que todo contenido que se genera hoy en día está dirigido a dos tipos de audiencia: el de nicho, que va voluntariamente a buscar lo que le interesa y está ya al menos básicamente instruido en el objeto de análisis y el grueso que es el que no está dispuesto a salir de la superficie de conocimiento, permanece pasivo al short, al reel, al Tik Tok, para que en decenas de segundos logren recapitularle el tema del momento. Nadie está apuntando a un público nuevo, a ese para despertarle un interés (y a su vez esas personas ni se preguntan qué hay debajo del frosting de la masividad).
Perlas de contrabando
Es tan desparejo el mainstream de aquello que no lo es y la difusión que tienen, que investigar cosas nuevas es cada vez más complejo, y encontrarse con algo novedoso lleva espontáneamente a querer hablar de ello, de compartirlo por la certeza de que el mundo sigue siendo capaz de asombramos. Que por más golpes que nos den, es posible romper el papel burbuja. ¿Una linda? AgusFortnite2008 citado por el hijo de Reynolds en Pitchfork.
Un rescate: la historia de Family, a 30 años de ese disco precioso, Un soplo en el corazón.
Una desgracia: la muerte del ocio genuino en manos de la cultura del sold out.
Una curiosidad: Decimal Points, un DJ de Uganda que transformó una tablet infantil en su propio setup y arma terribles sets en el barrio.
Si eres chota no te salva ni un rebranding
Volviendo a las reflexiones del youtuber, él entiende que este derrumbe de medios especializados no es casual: “cuando algo lleva 15 años mal hay que hablar de muchas cosas”, dice. A la falta de financiación debemos sumarle que la gente ha dejado de leer a la prensa, mientras cada vez ocupan más espacio las notas sobre puterío de temporada enmarcadas en una plantilla de “periodismo musical”. La pregunta que habría que hacerse es ¿Son los mismos periodistas que se rindieron y simplemente escriben sobre la cantidad de eufemismos que encontró la gente para decirle feo a Peso Pluma o es que creen que todo fenómeno ya tiene su antecedente y entonces no vale la pena aventurarse en la novedad? ¿Es aún posible seguir atrayendo lectores con la simple (y nada simple) intención de contar una historia? Claro que sí.
Hablando de Peso Pluma, dos notas de colegas chilenas sobre el conflicto que se desató a raíz de su presentación en Viña del Mar fueron de mis lecturas favoritas en estos días. Me refiero a la de Javiera Tapia y la de Andrea Ocampo Cea. Admiro el estilo y talento de ambas desde hace tiempo, son dos textos increíbles.
Acá creo que somos todos un poco culpables, pero existe una grave falta de relevancia en función de la durabilidad de lo que se cuenta al escribir. Lo pregunta también MRC: “¿Cuándo dejaste de ir a buscar una revista (aplicable también a contenido online) porque sabías que tenía una nota que valía la pena?” El asqueroso SEO y el periodismo del ahora viene hace rato tuneando el arma que planea cobrarse EL ARCHIVO, así, en mayúsculas. No se está creando en función de la historicidad. Hay muy poca gente escribiendo lo que me gustaría leer (mucha de ella está citada aquí). Y no, con escribir yo misma no me conformo, porque a pesar de todo quiero seguir creyendo en el poder de lo colectivo.
Menudo desafío.