Triste y Tropical #31
“Vivimos cosas buenas junto a mis amigos”.
Amar Azul — Yo tomo licor
Elogio del amor
Existe un chiste tan tierno cómo absurdo que cuenta la historia de un nene que está solo en su casa. Llaman a la puerta y él pretendiendo demostrar respeto y temor dice, simulando el tono de voz más grave posible: “¿Quién etá ‘ta peta?”.
Lo escuché cientos de veces. En todas me imagino a un nene muy chiquito, que apenas aprendió a caminar, que está sólo en un caserón, muerto de miedo ante la visita y con la chimenea prendida. Es de noche, claro. Que todas esas veces me lo haya contado mi papá, una persona que tenía una voz lo suficientemente grave como para no impostar el personaje (aunque lo hacía) le daba un toque más ridículo.
El intento inútil de ocultar los restos de la infancia, sacudir las estelas de ingenuidad como si los demás no fuesen a notarlo, es algo hermoso e inevitable.
Ayer, 22 de enero, casi un mes después de la fecha original del show (postergado por ese huésped tedioso que llega de sopetón a todos los hogares y, cuanto menos, mancha la alfombrita de entrada) tocó la RIPGANG. Primera vez en este formato y tengo que admitirlo: primera vez desde que arrancó la pandemia que volví a sentirme un poquito más viva gracias a la música, a pesar de este mood apocalíptico que la tecnología y las condiciones climáticas nos vienen pintando.
Ya tuve la oportunidad durante estos meses (y elección, pero no es este el texto para cuestionar la moral de nadie) de ir a unos cuántos recitales, colmar mi deseo de baile, pero algo sentía que me faltaba.
Anoche llovió, como parte de ese check-list de los elementos que hacen de un evento épico.
La RIPGANG es grande. No, no estoy citando a Lisa Simpson en ese capítulo. Soy literal, sus miembros superan ampliamente a los que completan un line up o tuitean entre sí, fuera del escenario hay más gente: beatmakers, filmmakers (se lo veía a NoDuermo en el VIP muy contento, por ejemplo), fotógrafos, productores e incluso algunos miembros que toman otras posiciones (K4 potenciando su propuesta hardcore/experimental/performática/mansonezca y sin presentarse a la fecha pese a estar anunciado y Taichu, adoptada por la crew de su novio, con quien encarna el binomio mainstream/under).
Ese amor entre sí que tiene su eco en el amor a lo que crean se mantiene en el tiempo y puede disfrutarse de ver en vivo. Crecer a la vista de todos, pero también con el respaldo de tener a tus amigos cerca.
Pinky promise
La dinámica del show era una suerte de posta en donde se iba presentando cada uno y le dejaba el lugar al que sigue, siempre con la invitación a permanecer el escenario a agitar. Podrían haberse quedado todos constantemente arriba, pero por timidez o ganas de dejarle el protagonismo al otro, la crew se quedaba a un costado. Si estabas relativamente cerca podías verlos de fiesta: a Quentin cantar tooodas las canciones de sus colegas, a Dillom tomando agua, riendo y sacándose la remera, a todos filmando el público a la vez, a un par bailando. Esa imagen es para mí el espíritu de todos ellos. Ser fan de tus amigos, no poder disimular el entusiasmo y la alegría por verlos hacer lo que quieren y encima ser buenos en eso. Este hexágono fantástico se mueve de manera prolija y cooperativa.
Quiero decir: Dillom es notablemente a esta altura una figura más conocida en comparación, pero él no se comporta con divismos, no tocó más por eso, por ejemplo. Seguramente muchos quedaron (quedamos) manijas de escuchar POST MORTEM entero, pero este era un show de la RIPGANG (y vale recordar: a beneficio del Bachillerato Popular Travesti-Trans Mocha Celis). Y hubo lugar para ver todo: un Carrey que apretó el acelerador con unos reggeatones rabiosos abriendo el airbag de la expectativa para su álbum debut (Buenos Aires Motel), una Odd Mami siempre dulce y algo torpe pero resolviendo el desafío de ir con sus temas cute, (cuando en el ambiente el clima estaba para gritos y 6465 versiones de PELOTUDA, si hasta hubo… ¡Pogo de reggeaton!) un Muere de pasamontañas, empezando algo tímido y brillando con la magistral “Gratis”, Ill Quentin haciéndonos recordar el discazo que es Muerte en el agua, un Quentin siempre sobrio y delicado pero sin resignar potencia en sus interpretaciones, bien atento al público, Dillom siendo el rey de reyes, con heridas de guerra incluidas (alguien lo lastimó sin querer en el mosh, ese mosh que prometió evitar pero la euforia tiene mejor amortiguación, y la sangre de sus dedos (¿O fueron también dedos ajenos?) acabó dibujando líneas en su cara, cual convicto de película antes de salir a combate. Last but not least: Sara. Sin dudas, la mejor de la noche, la que hizo enloquecer más a la gente, rompió en todos los temas y se la vió con sobrada confianza en el escenario.
El gore accidental tiene una contrapartida: cuando volvió al escenario, Dillom preguntó varias veces si todos se sentían bien, de lo contrario paraba el recital. Las marchantas de botellitas de agua tampoco faltaron, casi todas arrojadas por Quentin. El fashion icon quería preservar la hidratación de los pibes.
El mejor anagrama (amor)
Casi siempre que escribo sobre los artistas locales de los últimos años (estoy intentando obviar géneros musicales y a esta altura deberían saber por qué) no puedo evitar sentir ese sentimiento maternal (Duki a la cabeza) que hace mella a medida que sigo creciendo y, como contaba al principio de la reseña, me dejo conmover por estos intersticios de inocencia que tal vez escapen a su propia conciencia. A eso se le suma el hecho siempre citado de el riesgo del éxito precoz y cómo estar en la mira en momentos en donde uno no debería ser interpelado más que por su propia intimidad.
Es Carrey tirando una frase fuerte (“Ustedes me salvaron la vida”) y contando al principio que le pidieron a la organización de Niceto que el público entre antes por la lluvia pero no se los permitieron, es Sara tomando Jägermeister del pico con una mochila de un osito de peluche puesta, es Odd Mami con risa nerviosa y pidiendo perdón por olvidarse dos veces de quedarse en el escenario cuando le tocaba su turno y son todos al mismo tiempo, ese compendio de euforia y amor que transmiten en el que por momentos parecía tener forma de acto escolar (con calidad de estudiantes pródigos), porque mientras uno cantaba, las otras partes de la factoría acompañaban al margen, orgullosos del lugar alcanzado. Badass de la amistad. Y hablando de amistad, hasta último momento pensé que no iba a poder ir, pero un amigo de esos de gestos nobles (de los mejores: los que no se fanfarronean por ello) lo hizo posible. Así que brindo por eso también. RipGang Shit.
Lo único que voy a comentar out of context en esta entrega: hace un tiempo escribí algo sobre música, juventud y bondades (por ponerle un nombre) para la revista digital chilena GALIO y si les interesa pueden leerlo por acá.