Triste y Tropical #29

Camila Caamaño
9 min readNov 28, 2021

Disclaimer:

Este texto lo escribí en junio pasado. Originalmente iba a publicarse en otro lado pero no pasó y como no me gusta que las palabras mueran juntando polvo en mi casilla decidí publicarlo acá.
El desfajase temporal explicará las referencias del principio, no así el motivo de estar escribiendo sobre álbumes que no son novedades. Es sólo regocijo, supongo.

La pandemia me quitó la capacidad de asombro. Eso pasa. Me olvido más rápido de las cosas.

“Todo se volvió lineal y así no lo quiero yo”, canta Miranda! en uno de mis temas preferidos.

Todo me parece contemporáneo y terrible.
El acelerador de audios de Whatsapp (no es sólo ahorrar tiempo, importa que ese tiempo que tenemos se capitalice como sea porque ahora sólo importa producir, termina tu turno y vas para boxes, corazón).
La “sorpresa” por la tapa del disco de Lorde.
El especial de Bo Burnham.
El tomar distancia ya casi como un acto reflejo.
La gente que celebra el uso del barbijo como un accesorio para usar para siempre, abogando por una mayor dosis de apatía social. Tengo que saber menos de vos para que me importes menos así que si ignoro tus rasgos, será más fácil.

Todo este discurso puede sonar lleno de rencor pero es more the opposite: es la desesperación por encontrar amor en un mundo todo roto. Y ahí es hacia donde vamos: hacia el reencuentro de algunos sonidos.
A mi tendencia personal y prácticamente orgánica, de ir abandonado cada vez más la música anglosajona, se le sumó, aunque en menor medida, el regreso a ciertos discos, veteranos ellos, todos con más de una década, y pasados de moda para muchos, pero no en mi corazón. Mi recorrido los siente anacrónicos y preparados siempre para el rescate. Por eso me gusta llamarlos “discos amuletos”. No creo en la suerte pero soy la devota más fiel de la música que me acompaña o ha tenido el tino de estar en ciertos momentos de mi vida. Elegí para esta vez 3 álbumes muy importantes y que podrían funcionar como un comodín a la hora de necesitar ese play refugio.

La elección es personal y bien íntima, por eso evitaré datos de producción o enlaces entre los integrantes de las bandas. El chisme válido en este texto es el que se produce entre los sonidos y mi ser.

Gozo Poderoso — Aterciopelados
Muy cerca de cumplir 21 años, este disco es el que mejor se adapta a una suerte de sortilegio, desde su nombre ritual (que hace referencia a los rituales chamanes) hasta la — y esta palabrita siempre me molesta pero en este caso es exacta — VIBRA que emana.
Llegó a mi casa por medio de un amigo de mi hermana, varios años mayor que yo. En esa época descargar música era una odisea, así que cuando aparecía alguien con un disco extraño luego se volvía como un gran mecenas. Posiblemente no lo supiéramos, pero en retrospectiva la secuencia del préstamo y los comentarios accesorios se cargarían de una importancia cuasi mística.

Las primeras reproducciones que sonaron en casa me tocaron pasivamente, aunque la banda de Andrea ya era habitué, ya cantábamos de memoria Bolero Falaz (¿Qué latinx no lo hacía?), Florecita Rockera, Baracunatana y, claro, la teníamos de su participación en el Unplugged de Soda Stereo en Ciudad de la Furia. Posiblemente una de las primeras mujeres famosas que vi pelada en mi vida. Gozo Poderoso fue además mi biblia para nicks en el MSN (“Mi vida favorita está pasando aquí y ahorita”, “La música es amor”, “Pensar bonito qué frase estupenda”).

Me llevé cierta sorpresa googleando fechas, pues pensaba que Caribe Atómico había sido para el mercado EL disco de Aterciopelados, pero resulta que fue éste el que los terminó de llevar al público gringo, con el que ganaron un Grammy a mejor álbum de rock latino y llegaron a sonar hasta en un capítulo de Six Feet Under.

Con Gozo Poderoso vuelven a sus raíces y Andrea te canta hasta de lo que no se acuerda, te envuelve en esa secuencia hippie cósmica y logra que tengas alguito de esperanza. Busco los videoclips, nunca vi ninguno. El primer comentario es de una persona que agradece a la banda porque la canción “Luz azul” lo ayudó a superar la depresión.

El segundo tema no tiene video oficial, pero encuentro una presentación en vivo en México, donde Andrea encara el tema con una intro hermosa: “Está todo muy buena onda porque la música es eso, es amor, armonía y generosidad”. Y las imagénes se suceden, una Creamfields de embarazadas con Rompecabezas, el trance de Esmeralda, el flechazo de El álbum, un bolero hoy impensado en tiempos de Instagram.

Chamanica llega en la mitad del disco, y se siente como la apertura de un oráculo. Hay algo de exorcismo energético, y tal vez parezca que estoy probando combinaciones random de palabras, pero no: me refiero a la potencia de la voz de Andrea y en sus letras puras y nobles, en su interpretación. Esa claridad arrasa con todo posible discurso new age o fantasía infame, Andrea nos hace viajar desde su canto y se siente bien bonito.

No sé exactamente qué estaba haciendo yo con 10 años, pero sí sé que los colores de Gozo Poderoso se agradecieron, y han sabido contener lo turbia que se volvió nuestra pátina argentina en esas épocas.

Aquamosh — Plastilina Mosh
La mayoría tenemos el recuerdo patente de la primera vez que vimos cierto dibujito animado, que nuestros padres nos contaron una historia o ese momento epifánico en que entendimos algo que no creíamos posible.
No sólo aún registro el día que vi por primera vez Mr. P Mosh, sino que también fui testigo del que fue para mí el primer efecto — meme.

Tuve el privilegio de crecer en la época dorada de MTV y de empaparme de su factoría creativa. MTV Lingo, Hora Prima, Íntimo e Interactivo, la lista se burla de mi memoria pero mantiene mi disfrute. MTV fue mucho más que un canal de música, fue en parte mi puerta de entrada al absurdo, a entender que un videoclip también puede ser arte (y de esto también marco un instante fotográfico: Elektrobank de los Chemical Brothers) y un espacio que hasta se daba el lujo de hacer piezas audiovisuales increíbles en sus publicidades (me daba terror una en especial donde una señora de pelo largo y túnica estaba agachada, llevándose las manos a la boca y una aspiradora encendida al lado. Dadaísmo perturbador.

Lo que para mí significó Mr. P Mosh para muches fue el espanto, que vieron en la canción poco más que un chiste. Si hubiesen sabido que detrás de ese espectáculo cutre se escondían dos músicos del recontra carajo…

“Lo primero que mata la creatividad es la vergüenza”, dice Jonás González en una entrevista. Si de algo no conocían era de vergüenza. Figuras, psicodelia, presencia escénica, dos personajes antagónicos, un discreto y estudioso Alejandro Rosso de la mano del siempre carismático frontman.

Plastilina Mosh se saltaba todas las reglas, de Monterrey al mundo. Referencias a Beck (hoy me doy cuenta) sí, pero también a mil cosas y a ninguna. Este, su disco debut, tiene el clima perfecto de una fiesta en la playa, un warmupeo cuando está bajando el sol y el rojo de los cachetes se condensa con el fulgor de unos tragos. Son postales que armo ahora, pues en 1998 era pequeña. Mi sentido lúdico despertaba bailes, un temprano spanglish que correspondía a los juegos de palabras con lo que pasaba tardes enteras, gritos y letras que no importaban demasiado, porque internet no existía y el miedo al ridículo no era opción.

Eso es Aquamosh, es diversión desenfrenada y honesta. Los pibes que aparecían ahí, con Ruth Infarinato, la risa encantadora de Jonas, pero también los autores de frases de una violencia bien gráfica (“No me mires a los ojos porque puede que no encuentres nada mas que tu reflejo”); o en lo que, en mi mente de niña, eran sentencias sumamente provocadoras: “Soy la revolución desde tu televisor/saca mi cerebro del frasco”.

Y no es sólo eso, es un catálogo de géneros y sonidos, tiene bossa, tiene punk, tiene metal, tiene jazz, es una amalgama de pop esquizoide hecho con mucha clase. Poesía elocuente y sostenida hasta en sus últimos trabajos (“Hola, soy el volumen de tu corazón”).

Terminaban los ’90, yo enfilaba mi carrera de outsider, pero tenía a Plastilina de mi lado, una suerte de amigos imaginarios con los cuales confiar en caso de emergencia.

Dato de color porque todo tiene que ver con todo: en Bungaloo Punta Cometa, el séptimo track del disco, los coros japoneses los hicieron los Café Tacvba.

Cuatro Caminos — Café Tacvba

Con Cafeta tengo un argumento emocional extra: a ellos los vi en vivo dos veces. Primero en el 2006 (creo) en un bar con no más de 200 personas, donde casi todos terminamos arriba del escenario bailando como cierre de show y era tal la intimidad que podíamos decirle sin gritar a Rubén qué temas queríamos que toquen; y por segunda vez, en el 2014, en el Gran Rex, durante la gira por los 20 años de Re. Salí muy conmovida de ese recital, pero hoy le toca el turno a uno que vino varios años más tarde.

Cuatro caminos, dice su Wikipedia y también la descripción de Youtube Music: “es el primer disco de Café Tacvba en donde se usa percusión y batería real en lugar de caja de ritmos”. Me sorprendo porque con mi nulo conocimiento en música (a nivel técnica) lo primero que me impactó del álbum es la personalidad de los golpes de batería. Un elemento que viene a romper las estructuras más clásicas de la banda, un bombo a prueba de toda distracción.

No exagero si digo que Cuatro Caminos es uno de los 5 discos que más escuché en mi vida. ESE PRINCIPIO, Cero y uno te revienta la cabeza, sin más. La rabia en la voz de Rubén, contenida con chiquitolina pero una potencia que llega hasta el último de los recodos mexicanos.

Si Gozo Poderoso es un mambo ancestral y Aquamosh una fiesta tropical, Cuatro caminos es un trip bien de ruta y emociones. Maneja unas lindas curvas: después de temas a todo trapo (Eo es una especie de beside del clásico Chilanga Banda, cargado de regionalismos que sólo querés aprender para cantar a los gritos) baja sin freno hasta Mediodía, una frase desgarradora que te hunde el pecho de sólo pensarla: “Parece mentira que entre tanta gente en esta ciudad no tenga a nadie con quién compartir la vista desde mi casa este sábado al mediodía”. AY RUBÉN, LLAMAME QUE TOMAMOS UNOS MATES. Y como si no fuera suficiente, un cierre agónico.
De climas está hecho este discazo, allí retomamos autopista en hora pico: Qué pasará, Camino y vereda y se hace una parada técnica, un atajo por bombones y ositos de peluche, hablo de Eres. La letra más dedicada en el 2003 no sería lo que es sin la dulzura de la voz de Meme, el tecladista de la banda. Tiene ese síntoma chicloso como consecuencia de la radio, cuando tenía poder como medio al menos en Argentina, de haberla hecho sonar hasta en la sopa, y eso me aleja un poco, aunque después de tantos años la estuve volviendo a girar. Que Meme sea tan alto y haya escrito una canción tan tierna lo vuelve muy conmovedor, es imposible no deshacerse viéndolo cantarla en vivo, sólo en el escenario.

En la mitad del disco aparece el mejor tema, no hay lugar a dudas. La cantaba a los gritos ignorando los planteos metafísicos que Rubén se pregunta a lo largo de la rola: “Antes yo creía en el imperio de la cabeza, no era yo era la cabeza quién dictaba esa razón, no hay razón de obedecer si ni siquiera estoy en el cuerpo que responde al nombre que otra mente inventó”. ¿QUÉ? Bailemos y dame un beso.

Y los sobresaltos siguen en Cuatro Caminos. Volvemos a gritar con Desperté, a aprender los Puntos Cardinales de la vida, a salir a Tomar el fresco, la invitación a un exilio voluntario y tal vez, si y solo si el deseo lo dicta, sea permanente.

No soy partidaria del “todo tiempo pasado fue mejor”, y año a año le huyo a la bola gigante de Indiana Jones que rumia ante las novedades porque quiero vivir (y morir) aprendiendo, incluso aquello que no sea pensado para mí, incluso eso que seguramente vaya a detestar, porque me gusta conocer los modos que sigue encontrando el mundo para avanzar. Lo cual no quita que en el mientras tanto pueda tomar atajos en ciertas madrigueras.

--

--