Triste y Tropical #26

Camila Caamaño
7 min readOct 18, 2021

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Ninguno de mi puta generación nació pa’ llevar una carga
Ysy A — Hijo de la noche

El hit, los blones y la máquina pegajosa
Gran parte del cine argentino contemporáneo tiene (al menos) un problema: no sabe decir sin mostrar. Todo hecho debe ser narrado con fruición, como si la solución a un guión acartonado fuese pronunciar los diálogos con un hierro de plata y donde la yerra es la literalidad, claro.

“Cato” se estrenó el jueves 14 de octubre. Un afiche con cierta reminiscencia a P3nd3j05 de Perrone y una no menor palanca de promoción: la orgánica de Tiago PZK sumado a la de la agencia digital de la cual el director de la película es dueño (Peta Rivera y Hornos es el CEO de Human). Pero tener la parte de difusión hecha no parece bastar para su resultado y la sala desierta que me encontré, sólo tres días después del estreno.

Se cayó a pedazos mi teoría sobre la avalancha de fans reventando la taquilla por el clamor de ver a su idolito (el diminutivo no tiene intenciones en este caso de bajarle el precio al protagonista, sino dar cuenta de su edad y cómo esa encarnación de la inocencia no hace más que agravarse en la película) lucir sus tatuajes en pantalla grande (¿si ves las cadenas rotas de su cuello y no pensás en el himno u Oktubre, realmente sos argentino?). Porque si bien, como les gusta decir a los medios “no es una película que se hizo para vender discos” (lo cual tampoco debería ser algo negativo), sabemos que el grueso de su público irá porque quiere ver a Tiago.

Y me corrijo, posiblemente no vayan, sino que se arreglen para encontrarla por otros lados, será cuestión de semanas (¿días?) para que aparezca subido algún screener de Cato como “la película de Tiago” (al igual que pasó con Wos y Las Vegas, de Juan Villegas).

En el tour mediático de los portales falopa, en la avant-première fue más interesante el hecho de ver juntos a Emilia y Duki y fotografiarlos incomodísimos sosteniendo una bandeja de nachos que el estreno en sí mismo. Me la dejan fácil.

De manual
Es que es hasta gracioso verlos repetir sin entender mucho: el debut cinematográfico del “trapero” (que no hace trap), del rapero, del conocido freestyler y la cháchara de los millones de reproducciones que a esta altura parece parte del template de las redacciones sobre el tema.

Cato abre con una ranchada en “La fábrica” (¡Cobrales regalías, Ysy!) un edificio abandonado donde el personaje se junta con amigos, esos que poco parecen aparecer en la historia. Lo vemos de espaldas y no mostrará su cara hasta la siguiente escena. Pero distingue su andar nervioso y la capucha puesta, una marca de personaje que será clave. Pienso en qué dice un pibe con capucha caminando solo por la calle. Tiene frío, será prejuzgado por asociación al delito y como uso propio, será un refugio, una parcial y endeble coraza contra el mundo. Ahí va Cato.

La cara de nene bueno de Tiago es de lo poco creíble pero porque justamente no esta ficcionado.
Como siempre en este newsletter: no es una reseña lineal, y tampoco voy a explicar el argumento, para eso están todas las reseñas que ya publicaron por aquí y por allá. Hay dos puntos claros que en parte explican que esta película haga agua por donde se la mire, so let’s go.

El director. Es la ópera prima de Peta Rivero y Hornos (qué nombre de inmobiliaria, por favor), quien asegura que le gusta filmar en la villa porque muestra “Todo lo que es lo humilde”. Esta frase responde al capricho típico de los publicistas con los recursos necesarios para filmar un largo: lo hago porque puedo.

Y eso no será suficiente: también aparecerá en cámara como el productor que firma a Cato (un productor que incluso antes de que su primer single se estrene le regala un departamento, el anti Ovy on the Drums). Su papel es la definición por antonomasia del How do You do, fellow kids? Es como si le hubiesen puesto un hoodie del sobrino y anotado una lista con las 5 o 6 palabras que se “usan entre los jóvenes ahora”, lo puedo imaginar dar la orden y todo.

Resonancia siniestra

Ahora bien, el segundo punto y el que define el letimotiv de la película.
El concepto que siempre me hizo ruido, por otro lado: el “estar pegado”.
“Es el productor de los más pegados”, le dice la novia cuando le consigue la audición; “En este bar vienen los más pegados”, le grita emocionado su amigo al recibir entradas para el VIP (un lugar que, por cierto, no difiere mucho de la fábrica en donde se juntan ellos mismos).

‘Toy más pegado que Abel Pintos, se caga de risa Duki en Hitboy.
¿Qué significa estar pegado? Implica una pizca de azar sí, pero sobre (y ante) todo connota transitoriedad. Es la espuma del primer hit, la adrenalina del salto, la doble nelson del mainstream, sin tener en cuenta jamás de los modos (o mejor dicho la intención) de construir algo para mantenerse arriba.
Pegarse es sentirse asqueado y es una sensación que no se repite.
Los pegados creen (o se les hace creer) que encontraron la fórmula del éxito y ahora es sólo cuestión de tiempo para sentarse en una mecedora con monóculo y una chica con listón les baile a piacere.
Hablar de pegarse es pretender que el talento es algo racional, es limitar el arte a las decisiones de una corporación.
Se pega un golpe, el efecto de una caja registradora reventada, se firman convenios mágicos que convenientes son sólo para una de las partes y se tejen promesas que penden de un hilo finito como las lágrimas que el equipo de maquillaje ha tenido que colocar prolijamente en cada puta escena donde lloran Cato y la Jeni (su hermana).

Casi nada está a la altura de las circunstancias. Un Daniel Aráoz haciendo de mellizos que sólo parecen distinguirse por la ropa y una calidez de pelucas que no se veían desde la película de Rodrigo.

Cato es todo de lo que se escapa la maravillosa “Ya no estoy aquí”.

El momento más absurdo quizás sea una (¿accidental?) escena de cucharita entre los hermanos, donde Cato se duerme junto a ella, la toma abre con un plano del culo de Jeni y suena una canción de publicidad de vinos. Inentendible.

Realmente pienso que si en lugar de exacerbar el golpe bajo hubieran ido por el lado romántico de Tiago, que inevitablemente se cuela en su personaje, otro sería el resultado. Pienso en una de las primeras escenas, donde Cato está comiendo con su mamá y hermana y se levanta a subir el volumen de la radio porque suena un reggaeton. Él busca complicidad con su hermana, como intentando sacarla a bailar, pero la escena dura apenas unos segundos para retomar los diálogos toscos. Una pena.

NADIE REACCIONA NUNCA. “No, loco, no” , le dice Tiago al policía que lleva adelante la investigación cuando finalmente confiesa, lo hace con el mismo ahínco con el que pediría que no le hagan hacer horas extras en la oficina.
Toda la escena de las muertes alcanza niveles demenciales de ridiculez, pero no los detallo por si aún piensan verla.

Aunque bueno, necesito hablar de EL FINAL. “Te dije que la música cura” es la frase con que termina. El tipo se está muriendo en la camilla y los paramédicos deciden subir el volumen de la ambulancia (donde claro, está sonando el tema que grabó Cato) y lo acarician con gasas.
Esa secuencia que ya me empezó a generar efectos en el cuerpo de la vergüenza, remata con las decisiones estéticas que siguen. La última toma también se desaprovecha.

El volumen de tu corazón

Pero toda esta desazón tiene una contracara, hay algo que rescato (no no, sin juegos de palabras).
El momento más agradable de la película es sin dudas cuando Cato entra al estudio a grabar. Y sí, Tiago se encuentra en un ámbito que ya, aún recién limando las rebabas del empaque original de su éxito, ha vivido a rabiar.

Y ese punto alto que tiene podría haber tenido más impacto, pero pierde fuerza por algo obvio: el tema se había estrenado un mes antes como promo, es decir que quienes seguíamos a Tiago lo habíamos visto. Allí se luce su trabajo vocal, funciona como el in crescendo del drama, todas las lágrimas fingidísimas del film ofenden a esta emoción que él logra solito. Y hay un gesto que me gusta mucho: cada vez que se repite el estribillo, la voz se percibe más afectada, como una agonía con menos resto.

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