Triste Y Tropical #16

Camila Caamaño
8 min readApr 11, 2020

“El baile es un círculo cuyo centro es el diablo”
San Agustín

Bailar pegados es bailar, pero por ahora contengamos el cachondeo
Esta vez empiezo por el final. Siempre agradezco a alguien pero ahora quiero estrecharle la mano (con la mente) al autor de La historia del baile, uno de los libros con los que vengo combatiendo el tiempo. Aunque todavía me falta bastante, la investigación que hace Pujol es fascinante: escenas de represión y farra, esparcimiento y resistencia, estilización y desenfreno; en definitiva, la certeza de cómo la libertad de los cuerpos fue el gran estigma de la historia, de París a Buenos Aires, del paso doble al cakewalk. En estos días de veda bolichera, el salón de baile se ve lejano, pero mientras improviso sets que sólo presencia una gata amiga que hospedo (mi casa es su tercer hogar y el tiempo a ella también se le habrá hecho un despelote), le anticipo a ese señor alemán que a principios de siglo en Buenos Aires con el envidiable título de Alto Protector de la Coreografía determinaba qué ritmo podía o no bailarse en la pista que satinice su monóculo y lea bien pues NO NOS QUITARÁN EL PERREO.

1,2,3, ultraneurosis
Me gustan más los números de lo que me gustaría admitir. En parte dimensionar las cosas con datos concretos es una manera de sentir que uno tiene el control. Desde hace un par de años que lo vengo haciendo con más conciencia. Anoto las series que veo (ya casi ninguna), las películas (bajando curiosamente el promedio durante el claustro, según reza mi libreta de cisnes) y los discos. Sin proponerme un objetivo, traté de escuchar todo lo que internet y el correr de mis dedos me ponía enfrente.

En el 2019 habré escuchado 300 discos. Dame esa lista con lo mejor del 2000, a ver que tiene Fantano en los videos del 2015 para atrás, esta cuenta con menos de 4500 subs en Youtube tira data interesante, voy a aprovechar este challenge para pedirle recomendaciones a las 7 personas que más creo que saben de música en Twitter, no me olvido de ese live que si retrocedés en el minuto 17:23' alguien comenta que hay un mixtape del 2016 que por ahí vale la pena. Podcast podcast podcast. Esa es más o menos mi dinámica.

En esta suerte de tablero de mando, también audito las cifras de algunos artistas. Pero es más vicio de timba que garantía del éxito. Digo, no pienso para nada que un nombre con 50 millones de oyentes mensuales en Spotify sea sinónimo de “bueno” o mejor dicho, que me vaya a gustar, pero sí festejo cuando llego a un artista con menos de 100.000, o apuesto mentalmente a ver a qué pico va a llegar un video en YouTube. Son mis caballitos de carrera. Pero en la mano tengo un mate y le grito al celular.

¿Qué significan estos números? ¿Cambia de algún modo saber cuánta gente antes hizo lo mismo que nosotros? Tampoco podemos saber cuántos se compraron y cuántos fueron ahí por amor. Las campañas también son a thing. No terminé de reírme de lo needy que fue la estrategia lastimosa de Changes, el último disco de Justin Bieber y llega Colores a hacer su gracia para nada graciosa. El colmo de todo ni fueron los posteos promocionados que se propagaron hasta en un banner de papel higiénico, sino los videos “aprendiendo los colores con J Balvin”, que están grabados a las apuradas y con una pésima calidad de audio. Se supone que eso lo tiene que comprender un niño. ¿Pero en qué momento el disco iba a contemplar al público infantil?

Es gracioso de hecho: en YHLQMDLG, Benito aclara que el disco no es para chicos, que no se confundan con el personaje que protagoniza el arte y las visuales promocionales. Balvin se agarra de eso como última chance, como si ese segmento fuera a traerlo a la conversación, pero lo cierto es que las únicas reviews que lo enaltecen tienen menos justificación que un antivacunas.

De todos modos esta vez, y aunque no parezca, no quiero rivalizar a nadie. De hecho la historia de esta entrega nace de Balvin y logra un camino luminoso. Hablé de él en Triste y Tropical #3 pero de eso ya pasó un tiempo, y ahora además tenemos Esmeraldas, el nuevo disco de Crudo Means Raw.

Crudo es colombiano, nació en Medellín y es un viejo amigo de Balvin. Fueron juntos al colegio, se siguen en Instagram, se likean las fotos, pero nadie sabe por qué todavía no han hecho esa colaboración que se viene rumoreando por lo menos desde el 2018. Incluso cantan parecido, o mejor dicho ambos coinciden en esa forma de recitar canchera.

Crudo formó parte con Balvin de MDL Crew, uno de los juntes de rap más representativos de Colombia. Todavía es posible identificar la voz de Jose en un par de temas escondidos, con ansias de ser un bichote. John Deep, el man que subió el tema a su cuenta, responde los comentarios de la gente que como chusma disciplinada quiere saber por qué no siguieron haciendo música juntos. No se sabe cuántos años tiene el tema, por jóvenes que se ven en la foto, lo asumo previo a La Familia, su primer disco. Deep deja claro que a Balvin solo lo vio ahí, que llegó a grabar el tema, su parte en inglés y se fue.

Podríamos suponer que quizás las cosas no quedaron bien en el pasado como para pensar un proyecto juntos, pero así como Duki le agradece a Balvin la visibilidad, Crudo lo nombra en su tema Lucía Circone$ con Doble Porción cuando canta: “Parqueado en El Plaza rapeando con Jose
Soñando con llenar de plata la caja de mis Jordan 12”

“Es un explorador lírico de la urbe paisa, un Indiana Jones de los beats espaciales”, lo describen a Crudo.

Esmeraldas salió el 30 de marzo y es su tercer álbum. Lo anteceden Voyage: El Pasaje, del 2015 y Todos tienen que comer, del 2016.
El primero es un álbum instrumental solo interrumpido por algún coro de mujeres, 34 temas y breves, casi ninguno supera los 2 minutos. El viaje es R&B, aunque demasiado contundente para el género, pega bien para estas tardes de nunca acabar.

Si ponemos sus discos uno al lado del otro, seguro exploración sea una de las cartas que juguemos con este muchacho. Y es que su siguiente trabajo, Todos tienen que comer, cambia de carril en hora pico. Ajusta el retorno del mic para darnos un disco del más puro y fresco álbum de rap colombiano; boom bap, la cosa sana. Digo esto con el atrevimiento que me permite haber escuchado unos cuantos discos colombianos del género y palpar una identidad que por ejemplo en Argentina no es tan clara. Al menos no actualmente.

Y luego viene entonces Esmeraldas. En sus palabras, un DJ set, “nos ponemos técnicos y dejamos el romantiqueo”. Una concatenación de boom baps, una obra dividida por 5 partes:
La Caprichosa, Libre, Guaraná, Índigo y Mi ego es un cadáver.
El disco es como slime, va, viene, el sonido se estira y vuelve a ocupar casilleros en nuestras neuronas.
Pero esta aventura no la hace sólo, y es tal la importancia del trabajo colectivo que en la propia portada, The Colombians aparecen al lado de su nombre. Son ellos los productores, junto a U&D, los responsables de buscar esa imagen berreta y gastada de los videos, quienes formaron el equipo ganador.

La arquitectura de Esmeraldas fue más una refacción, revisando las canciones que salieron entre 2016 y 2018, nuevos grabaciones para afinar calidad, sumar coros, y sí algunos temas nuevos con colaboraciones. Hermosos feats locales tiene: Mabiland, DJ Dmoe, Akapellah, Doble Porción y Lianna.
Mi ego es un cadáver es la outro, separada en Collage y NADA, que vienen a cerrar el disco en tren de confesión.

En Esmeraldas Crudo toma una decisión que no cree definitiva, pero esa apuesta es disfrute, en temas como María, La mitad de la mitad o El estrén, son rolas para arengar la fiesta. Se despega del rap y va más hacia el trap y el reggeaton, algo que parecen lamentar algunos. Yo esperaba mucho este trabajo, y tiene todo lo que quería. Él mismo nos invita a una fiesta con el arengue ecualizando armonía, podemos bailar en cuarentena con el dembow chill de María, por ejemplo. Es un gran disco de warm up. Y si Voyage es un tramo introspectivo en donde posiblemente Fernando Bustamante (pero mirá recién cuándo te tiro el nombre real!) también está buscándose, acá esa misión es tan prolífica que queda resto para que nosotros hagamos lo propio.

Empecé hablando de Balvin no sólo por su pasado estudiantil con Crudo. El disco de Balvin como saben y protesté al respecto acá, se llama Colores. Y las decisiones fueron arbitrarias y con la frialdad del mercado.
Esmeraldas traza un camino cromático concreto en el reverso de su álbum. Y para mi mayor felicidad fue algo que descubrí después de haber elegido el disco para reseñar.

Santiago Cembrano, quién lo entrevistó a propósito del disco, y es mi máxima referencia en lo que a rap hispanoparlante se trata, le preguntó por el proceso creativo:

¿Cómo concibió el desarrollo del disco y la forma en que va avanzando?

Quería que fuera y sonara a un viaje, como Voyage; que todo tuviera su feeling, y que estuviera justificado con otro feeling similar y ese con otro similar, pero que fuera variando gradualmente. Si hubiera tenido más canciones y colores, a lo mejor habría sido más gradual la transición. Quería viajar la vuelta. No quería repartirlos ni tener el miedo de no, muchos dembows juntos o muchos traps juntos. No: si vos sentís que estas canciones son de este color, agrupalas y vas difuminándolas hacia este otro color. Son rayes: a lo mejor para ti el amarillo no suena como lo hace para mí.

Esa sencillez que demuestra Crudo lo hace junto a un disco que resulta mucho más noble y digno que cualquier otro tanque musical amoldado por las disqueras, se nota que crudo está considerando a su público cuando compone, sin promesas grandilocuentes ni discursos de coaching, impulso como guía y un corazón alimentado de arepas.

El refugio de la música a veces no alcanza y una escapa para donde puede. Así que gracias a todas esas charlas que tuvimos con esas personas mientras bancamos la parada a que esto pase de ser un mal sueño a vaya a saber qué, no?
Cami.

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